¿Ha cambiado la forma en la que nos alimentamos?

Comer no consiste únicamente en incorporar una serie de nutrientes a nuestro organismo a través de los alimentos. Comer, para el ser humano, es algo más que nutrirse. No comemos sólo para mantener nuestras constantes vitales, sino también para proporcionarnos placer, facilitar la convivencia y luchar contra determinadas ansiedades.

El acto de comer es un proceso que repetimos miles de veces a lo largo de la vida y que tiene una innegable carga social, cultural y emocional. En este sentido es importante entender el proceso alimentario no tan solo desde su vertiente nutricional y/o sanitaria, sino desde el conjunto de aspectos que caracterizan y definen este proceso.

¿Qué es comer? No sólo es pura alimentación

La alimentación es, por lo tanto, un proceso complejo que trasciende la necesidad puramente biológica y que se ve influenciado por toda una serie de factores sociales, culturales, geográficos, religiosos y afectivos. Para el recién nacido, por ejemplo, alimentarse es un acto sumamente placentero que no sólo satisface sus necesidades primarias sino que le permite relacionarse con el medio exterior y sobre todo con la madre. Esta relación, que se establece a través de la alimentación, crea importantes lazos afectivos.

El ser humano utiliza la alimentación como vehículo de socialización, ya que la alimentación es un acto social que facilita la relación humana. Cualquier evento social tiene un componente alimentario que le da relevancia e identidad propia. En nuestra cultura no pueden faltar el pastel de cumpleaños, el banquete de boda, los turrones de Navidad o los buñuelos de Cuaresma. Todo suceso puede ser motivo para reunirse alrededor de una mesa, tanto en el ámbito familiar o profesional, por ejemplo comidas de negocios, como en el ámbito religioso (no olvidemos que el rito católico más relevante, la celebración de la misa, es la conmemoración de un banquete).

La alimentación es uno de los procesos más importantes que influyen en el desarrollo tanto físico como psíquico del individuo, en definitiva, sobre su estado de salud. Mediante la observación y el estudio de los hábitos alimentarios, las preferencias y aversiones, la elaboración de los platos, la forma y el momento de consumirlos, la elección y búsqueda de sabores, etc., se obtiene abundante información sobre las características de un determinado grupo social, ya que probablemente no existe ninguna conducta humana que se establezca de forma gratuita.

La gastronomía de cada pueblo, familia o comunidad, es un lenguaje que deja entrever un sinfín de informaciones y matices referentes al recorrido histórico, la disponibilidad de alimentos, la situación geográfica, el clima…

Festejamos todo con comida

En la actualidad la alimentación presenta unas determinadas características para cada situación o actividad: alimentación en el trabajo, en el deporte, en el ocio, en las festividades. La mayoría de estas situaciones presenta una determinada forma de alimentarse. Actualmente, una comida rápida y ligera se trasluce como signo de participación activa en la vida moderna.

El consumo de alimentos procesados ha aumentado considerablemente en los últimos treinta años y sigue haciéndolo, a pesar de sus detractores morales, gastronómicos y económicos. Puede afirmarse que las pautas de adquisición, conservación, preparación y consumo de los alimentos se han visto muy influenciadas por los cambios sociales y demográficos.

En primer lugar, el incremento del número de mujeres que tienen un trabajo asalariado fuera del hogar. Esta mayor participación de la mujer no ha ido acompañada, en líneas generales, de una mayor solidarización de los hombres en las tareas domésticas. Consecuentemente, aumenta la tendencia hacia la adquisición de aquellos alimentos que exigen menor tiempo de preparación y limpieza.

Los responsables de la alimentación en el núcleo familiar buscan, en definitiva, productos y técnicas que ahorren tiempo en las preparaciones de los platos y en la limpieza de la cocina. Cada vez están más solicitados los alimentos procesados, listos para consumir, así como la rapidez y eficacia de las nuevas tecnologías culinarias, microondas, congeladores…

Otro aspecto que caracteriza la alimentación en la actualidad es la ansiedad producida por fuertes y contradictorias presiones. Recibimos constantemente, pequeños y adultos, bombardeos de informaciones sobre cuál es la alimentación más saludable, más conveniente, más preventiva frente al envejecimiento, etc. Por otro lado, numerosos programas de educación sanitaria señalan la conveniencia de cierto control y moderación en la ingestión de calorías en forma de grasas saturadas y azúcares.

La publicidad interfiere en la forma en la que comemos

Todo ello predispone a lo que podríamos denominar un ambiente de crispación dietética que comporta confusión y que en cierto modo, junto con la publicidad, los patrones estéticos de extremada delgadez y la moda, influyen en la aparición de trastornos del comportamiento alimentario, sobre todo en los más jóvenes.

La publicidad utiliza estrategias muy diversas para aumentar y mediatizar el consumo de los productos alimenticios. De esta manera se asocia la adquisición o el consumo de algunos alimentos al sexo, a la edad, a la tradición, etc. Un alimento o bebida puede identificarse como masculina desde el momento en que, por razones históricas, nutricionales, simbólicas o morales, no debe ser consumido por mujeres, niños o ancianos. Así, la mayor parte de las bebidas alcohólicas suelen anunciarse por y para los hombres, aunque las bebidas alcohólicas light suelen ser anunciadas por mujeres, al igual que la mayoría de productos bajos en calorías.

También la publicidad nos muestra conductas alimentarias asociadas a la población joven, moderna, activa, poco tradicional, nada convencional… mediante anuncios publicitarios relacionados con el consumo de bollería, helados, bebidas refrescantes y establecimientos de comida rápida de origen anglosajón “listo para tomar, listo para llevar”.

La incitación a consumir, beber, fumar, comer…, es constante, y esto no favorece en absoluto el pretendido equilibrio para la salud si, al mismo tiempo, no se trabaja para que la población esté informada, capacitada y con criterio para hacer frente a la gran y constante oferta.

En definitiva, un proceso tan normal y cotidiano como es el de alimentarse, se transforma en un conjunto de procesos que van mucho más lejos de la finalidad primaria, la de nutrirse, y nos describen una multiplicidad de formas de vivir.

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